Jesús, el sacerdote que fue párroco en la Iglesia de La Punta celebró misa con el Papa
Fue hace diez días en la capilla de la Casa Santa Marta. Dijo que percibe un “nuevo florecer” de la Iglesia y que lo que más le impactó es que su mensaje va acompañado del ejemplo. “Por favor, reza por mí”, le pidió el Santo Padre.
22 de noviembre. El padre López logra el primer contacto personal con el Papa. Fue junto a otro cura de San Luis, Daniel Moyano.
Ha pasado casi un año de aquella lluviosa tarde del 13 de marzo, en la cual me escapé de una reunión para ir a la Plaza de San Pedro y esperar la “Fumata”, que a las 19:05 fue de color blanca. A los pocos minutos aparecía en el balcón de la Basílica Vaticana el cardenal francés Jean Louis Tauran anunciando que Jorge Mario Bergoglio había sido electo el sucesor 266 del Apóstol Pedro.
“Cuando lo vi a Francisco por primera vez me temblaron las piernas, me quedé sin palabras”
Fue indescriptible la alegría y emoción que sentí en ese momento, por estar viviendo algo histórico e inolvidable como es la elección de un Sumo Pontífice y si además es argentino, qué más puedo decir… Sólo como dato gracioso: ni bien escuchamos Jorge Mario, empezamos a gritar y abrazarnos con otro sacerdote argentino: “Bergoglio, Bergoglio, Argentina”. La gente que no entendía nada se acercaba a preguntarnos quién era el nuevo Papa, porque muchos no lo conocían, y nosotros no les entendíamos nada a algunas personas, porque nos preguntaban en alemán, inglés, japonés, polaco. Les decíamos: “Bergoglio, Argentina, Argentina…”.
Con el pasar del tiempo, me fui transformando casi en un “embajador” del Santo Padre, porque en el Colegio donde vivo, en la Universidad muchos compañeros de distintas nacionalidades me preguntaban si lo había conocido antes, qué podía contarles acerca de la persona del nuevo Papa.
Después de Pascua un compañero me llevó a Polonia a seguir las huellas de Juan Pablo II y allí hasta di una entrevista a una radio y un diario, claro que no en polaco, jajaja, sino en italiano con la traducción de unos sacerdotes que también habían estudiado en Roma. El verano lo pasé en Gran Bretaña estudiando inglés y trabajando en una parroquia, donde también me preguntaban por el nuevo Papa. Es una sensación muy hermosa ver el cariño que le tienen a Francisco en distintos países.
Además del sano orgullo de ser argentino como Francisco, siento la inmensa responsabilidad de rezar por él y seguir sus enseñanzas y ejemplo.
En el Colegio Sacerdotal Tiberino, hemos tenido encuentros con diversas personas que han compartido momentos muy cercanos a Francisco, como el sacerdote que le ayudó a aprender un poco de portugués para su visita a Brasil. El relato de ese sacerdote refleja toda la sencillez y humildad del Papa en gestos tan concretos como arreglar los muebles de una habitación, servir la mesa durante las comidas, interesarse por su familia. Todo lo que vivió en tierras brasileñas, el contacto con la gente en las favelas, incluso con personas evangélicas, que le manifestaban su devoción por Francisco y rezaron con él. En una oportunidad se desviaron accidentalmente de camino y de una autopista terminaron en el acceso de una localidad, donde la gente lo reconoció y todos fueron a saludarlo. Provocaron tanta confusión en el tráfico por la algarabía que desde Roma, que veían las imágenes por TV en directo, se preocuparon por la seguridad y enviaban mensajes para tomar las máximas medidas de precaución. El Papa era feliz al saludar a tantas personas y muy preocupado de que no ocurriera un accidente, por la avalancha de gente sobre el vehículo.
Uno de los encargados de la organización de la agenda del Papa y las distintas reuniones nos decía que se levanta a las 5 de la mañana, se dirige en búsqueda de la correspondencia con los problemas más urgentes y graves que debe resolver para hacer su hora y media de oración delante del Santísimo Sacramento y dejar esos problemas en las manos de Jesús; luego celebra la Misa a las 7, desayuna y sigue su actividad. Por las tardes, después de una pequeñita siesta de media hora a cuarenta y cinco minutos, nuevamente se dirige a la capilla para estar otra hora más, como mínimo, junto a Jesús y pedir por toda la Iglesia, y las intenciones concretas de las personas que pueden acceder a él de un modo u otro.
Por un lado, da la impresión de que es muy fácil llegar a él, pero esa facilidad es lo que lo hace ser difícil en cierto sentido. Sin más, cada día recibe al menos 1.500 cartas de personas que le transmiten sus inquietudes. Algunas las lleva a la capilla para rezar por esas intenciones.
Mi primer encuentro personal con el Santo Padre fue el 22 de noviembre de 2013 gracias al embajador argentino ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, quien nos permitió al padre Daniel Moyano y a mí ser parte de la delegación de Los Pumas, que saludarían a Francisco junto con la selección italiana de rugby.
Llamábamos la atención con nuestras sotanas en medio de esos gigantes del rugby que tanto la seguridad personal del Papa, Gendarmería Italiana y la Guardia Suiza nos decían: “E voi che facete qua? (¿Qué hacen ustedes acá?”. “Estamos con los jugadores”, les respondíamos, y como nuestros nombres estaban en la lista, nos convertimos por ese día en los “Capellanes de Los Pumas”.
Después de que las dos selecciones saludaron al Papa, me tocó el turno a mí… Los que me conocen saben que no soy precisamente tímido, pero cuando lo vi a Francisco que me observaba atentamente y esperaba que me acercase a él para saludarlo, me temblaron las piernas, me quedé sin palabras… Por unos instantes claro… jejeje.
Me acerqué y le dije: “Santo Padre, soy de San Luis, Argentina, estudiante de Moral de la Universidad de la Santa Cruz, en Roma”. Él me respondió: “¿Cómo te colaste?”. “Soy argentino, Santo Padre, y tenía que saludarlo, sea como sea”, le respondí, y él sonreía. Luego le dije: “Muchas gracias por sus palabras y ejemplo, simplemente le digo que renuevo mi deseo de ser un santo sacerdote y dar mi vida en servicio de la Iglesia”. El Papa me dijo: “Gracias a vos por tus palabras y si querés servir a la Iglesia no jugués al rugby porque te van a quebrar un hueso”. Le pedí por favor que me dejara darle un abrazo en nombre de toda la gente de San Luis y de mis amigos….Y casi viene la Guardia Suiza para separarnos.
El segundo encuentro fue el martes pasado en la capilla de la Casa Santa Marta, donde Dios me dio la posibilidad de concelebrar la Santa Misa con él. Durante la misa intenté rezar por tanta gente, por mis tías, por la diócesis, el obispo, el seminario, la parroquia Reina de la Paz y ciudad de La Punta, la Provincia de San Luis, la Universidad Católica, por tantos amigos, con nombres y apellidos … a quienes llevo en mi corazón, porque me han dado tanto, sobre todo la confianza y amistad e incluso me ayudan materialmente para que yo pueda estudiar en Roma. Tengo una deuda impagable con ellos, que crece cada día porque me hacen sentir su cercanía con sus oraciones y mensajes.
Después de unos minutos de acción de gracias por la misa celebrada, el Santo Padre se dirigió fuera de la capilla para saludar. Ya no me temblaron las piernas al verlo, sino que fui a su encuentro y le dije: “Santo Padre, soy el colado de Los Pumas, de la Diócesis de San Luis, Argentina y estoy estudiando en Roma”. Él sonrió y me dijo: “Hummm (como recordando), sí, me acuerdo de vos, te colaste de nuevo…”. Luego, para que tomara más puntos de referencia y saber quién era, le mencioné unos amigos en común. Me emocioné porque antes de la misa sucedió algo hermoso. Así se lo conté al Papa: “Santo Padre, hace cuatro años, en el mes de setiembre, estaba participando en un Encuentro Nacional de Sacerdotes de Schöenstatt en Buenos Aires, el viernes 17 teníamos que ir al Arzobispado a saludarlo a usted, pero el martes me avisaron que mi mamá se había descompuesto, tuve que regresar de inmediato y ese viernes se fue al Cielo… Antes de empezar esta misa, la hermana que está en silla de ruedas me dijo que se llama Alda, igual que mi mamá. Es la primera vez que encuentro alguien con ese nombre y en estas circunstancias… Es como un signo del Cielo”. Él sonrió y le pedí otro abrazo. Me dijo: “Por favor, reza por mí”.
Después del primer año de Francisco, puedo percibir como un nuevo florecer en la Iglesia, en primer lugar por la gran cantidad de peregrinos que cada domingo y miércoles van a la Plaza de San Pedro a escucharlo. Durante el invierno, las Audiencias Generales que tradicionalmente se hacían dentro del Aula Pablo VI, con Francisco se hacen en la Plaza, aun con frío y lluvia, por las multitudes que quieren ver y escuchar al Santo Padre.
Me hace mucho bien ver el gran respeto y aprecio que siente Francisco por el papa emérito Benedicto XVI, reconociendo todo el servicio que el Pontífice alemán le ha dado a la Iglesia, la claridad de su doctrina y los sufrimientos que tuvo que sobrellevar para purificar a la Iglesia por las faltas de algunos de sus miembros.
Las buenas noticias nos llegan de distintas partes de Italia y del mundo sobre el impacto del mensaje de papa Francisco, un mensaje que va acompañado con su ejemplo y eso es lo que le da más fuerza y lo hace ser creíble. Son muchas las personas que se acercan al Sacramento de la Confesión y de la Eucaristía.
Muchos que descubren la belleza de la oración como punto de encuentro con Nuestro Padre Dios, que nos indica el verdadero camino que nos conduce a la felicidad y a la santidad. Un camino que pasa necesariamente por momentos de oscuridad, de dolor, de sufrimientos, de pecado, pero ése es el momento donde se manifiesta todo el poder del amor y misericordia de Dios que viene en ayuda del que se reconoce pecador, débil, enfermo y vuelve una vez más a los brazos del Padre. Y el único modo para cuidar y proteger lo que Dios nos da, es olvidarnos de nosotros mismos y pensar más en los demás, especialmente en los que sufren, renunciar a nuestros puntos de vistas erróneos y aceptar que la verdad de Dios guíe nuestras vidas.
Creo que éste es el mensaje central que Francisco nos transmite, al menos lo que me ha llegado a lo profundo del corazón, para reconocer mis decisiones incorrectas, mi falta de correspondencia más generosa al camino que Dios me indica, junto con la certeza inconmovible que Dios nos espera para ayudarnos con su gracia para perdonarnos y darnos la posibilidad de construir nuestra verdadera felicidad junto con los demás.
Un fuerte abrazo para todos y me despido implorando la bendición sobre todo el pueblo puntano.
Por Padre Jorge Jesús López para EDDLR